“Cuando encarnamos y llegamos al planeta tierra, el CREADOR nos envía con una MANZANA Y UNA SEMILLA. Con eso llegas, y puedes irte con muchos obsequios más y no me refiero a una gran casa, ni vastos territorios, ni relucientes joyas, sino que puedes irte de este mundo con el respeto ganado, el amor y el cariño de los tuyos, y llenaríamos hojas y hojas enumerando este gran arsenal espiritual que puedes llevar de vuelta a tu hogar.”
Un viejo y cansado vagabundo, deambulaba de un lugar a otro, pidiendo algo para calmar su hambre.
Llovía y hacía mucho frío, las lágrimas del cielo escurrían mojando su ajado y duro rostro.
Nadie escuchaba sus suplicas, ni le prestaba ayuda. El dolor que llevaba en su cuerpo era enorme, pero el que llevaba en su corazón era mayor.
La lluvia se hacía más intensa y su vieja y andrajosa ropa apenas lo cubría.
Vio luz en una casa y se acercó a ver si esta vez su suerte cambiaba. Golpeó tímidamente y del interior salió un hombre joven el cual sin mediar ninguna palabra le asestó un fuerte golpe en la cabeza gritándole que se fuera.
El vagabundo cayó al suelo y le dijo: “¿Por qué me golpeas?”- a lo cual el hombre joven le respondió con mucha soberbia: “Porque eres menos que los animales que tengo en mi patio” y cerró la puerta.
De su cabeza, producto del golpe brotaba sangre y sus manos enlodadas intentaban cerrar la herida que el hombre joven le había propinado.
La lluvia seguía golpeando el lugar y poco a poco la oscuridad desplegaba su manto.
El vagabundo miró a su alrededor intentando buscar algún lugar donde cobijarse de la noche, pero el frío y el hambre lo hizo continuar su camino.
Divisó a lo lejos una luz muy brillante, la casa era enorme y la opulencia se podía notar desde muy lejos.
Se acercó a ese verdadero castillo y golpeó la puerta, del interior salió un hombre de edad madura de pulcro vestir y al interior se podía divisar esposa, hijos y una gran mascota que le ladraba.
– “Señor”-dijo el vagabundo, – “he caminado todo el día y no he tenido la fortuna de que alguien de buen corazón me dé algo de alimento para calmar mi hambre. Si en su mesa quedan algunas sobras yo las compartiría con inmensa gratitud con su mascota.”
El hombre de buen vestir sin decir nada cerró la puerta y después de un par de minutos salió. Traía en su mano un pan, se lo lanzó al vagabundo y le dijo: “Tómalo y vete”, cerrando la puerta.
Como lo arrojó, cayó al barro y la lluvia terminó de hacer su trabajo, el vagabundo trató de limpiarlo, pero era imposible, de sus ojos cayeron lágrimas que se combinaban con las lágrimas del cielo y la sangre que aún brotaba de su cabeza.
Quedó tendido por un rato en el suelo y con la poca fuerza que le quedaba se irguió nuevamente.
El dolor, él frio, y el hambre ya estaban en su grado más alto.
Algunos metros más allá vio otra casa, llegó hasta la puerta, pero era tanto el dolor del cuerpo, tanto el frio, que sus agarrotadas manos no fueron capaces de golpear la puerta y simplemente se desvaneció.
La verdad es que este hermano vagabundo no supo cuánto tiempo estuvo sin conciencia frente a la vieja puerta.
Al despertar vio que estaba frente a una chimenea con ropa seca y limpia, en un ambiente hogareño que hace muchos años no veía.
Algo extraño sintió en su pecho. Cuando has sufrido mucho en la vida, cuando has sido golpeado por el vaivén de las olas contra las rocas, los sentimientos de amor, cariño y caridad comienzan a olvidarse y era lo que le pasaba al vagabundo, no sabía que sentía en su corazón.
Su nublada vista comenzó a disiparse y vio a un hombre viejo que le sonreía.
– ¿Tienes hambre? – le preguntó el viejo.
-Mucha- dijo el vagabundo.
– ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? – le preguntó al anciano.
– Espero que el suficiente- le respondió.
– Acércate- Le dijo.
En una mesa el anciano tenía una enorme manzana roja, fresca, brillante, y de hecho muy sabrosa
Al lado de la manzana tenía una pequeña semilla de manzana.
El anciano le dijo: “Tengo estos dos alimentos, la manzana, la semilla y nada más, pero como tú eres mi invitado te daré a elegir.”
El vagabundo sin dudar un segundo tomó la exquisita y roja manzana la llevó a su boca y sació su hambre extrema.
Por su parte el anciano tomó la semilla y la guardó…
Ahora…
El hombre joven de brazos fuertes que golpeó al vagabundo era su espejo cuando él era joven y representa la fuerza y la ira.
El hombre pulcro en el vestir e indolente con sus hermanos era el vagabundo en sus tiempos de esplendor.
El vagabundo es el hombre en la etapa final de la vida.
El anciano era su maestro espiritual.
“EL VAGABUNDO EN REALIDAD FALLECIÓ FRENTE A LA PUERTA LA CÚAL NUNCA ALCANZÓ A GOLPEAR”.
Piensa lo siguiente:
El vagabundo ¿Alguna vez nombró a DIOS?
No solo no lo nombró, sino que cuando se le da a elegir buscó lo más fácil y atrayente, como lo hizo durante toda su vida. La manzana reluciente representa el camino fácil.
El anciano le dio techo, abrigo y cariño, pero el vagabundo ¿Compartió la manzana? No solo no la compartió, sino que sólo le importó saciar su propia hambre.
El anciano (su maestro) se quedó con la semilla, pues él tenía muy claro que de una semilla crece un árbol y este dará muchas manzanas, pero… también tenía muy claro que el camino sería más largo pues deberá sembrar y esperar a que la simiente germine, para después cosechar los frutos.
La vida espiritual no es fácil, el camino es largo y duro pero los frutos alimentarán a muchos hermanos que vienen juntos y detrás de ti.
En la vida terrena muchos serán como el hombre joven, otros como el hombre del castillo, otros como el vagabundo que pensó solo en él y no compartió la mitad de su manzana con el anciano que le dio cobijo.
Pero dichoso es el mundo espiritual cuando uno entre miles es como el sabio anciano que guardó la semilla para después obtener los frutos.
Cuando llegamos al planeta, el CREADOR nos da a TODOS una manzana que representa tu regalo, pero el observa cuidadosamente si la compartes.
Pero…el Creador también nos da una semilla que es la que debes hacer germinar, pues representan los compromisos espirituales que adquirimos voluntariamente.
Todo aquel que lee esto, salvo algunas excepciones, ya comieron su manzana…
Pero recuerda que en tu bolsillo tienes guardada una semilla y es tiempo que las lances antes de partir, pues ésta sólo fructificará en la tierra, que es tu escuela actual de aprendizaje.
“Parte abrazando y llorando junto a tu propia carne, pues, aunque quieras nunca podrás odiarla”.
DESDE EL ASTRAL